Déjame en paz, Amor; ya te di el fruto
de mis más verdes y floridos años
y mis ojos, ligeros a sus daños,
pagaron bien tu desigual tributo.
No quiero agora yo con rostro enjuto
sano y libre cantar mis desengaños,
ni por alegres y agradables paños
trocar tu triste y congojoso luto:
en llanto y en dolor preso y cargado
de tus antiguos hierros, la jornada
quiero acabar de mi cansada vida.
Mas no me des, Amor, nuevo cuidado,
ni pienses que podrá nueva herida
romper la fe que nunca fue doblada.
Francisco de Figueroa, El Divino (1535-1588)
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